lunes, 16 de junio de 2014

Sobre Cuba, Gabo y el cine

Ha llegado hasta mis manos un libro y con él mis recuerdos de Cuba. Mi gran amigo periodista, escritor y pensador Fernando Rodríguez Sosa me lo ha enviado desde aquella isla: “El cine según Gabriel García Márquez”. El autor es Joel del Río, un profesor de la Escuela Internacional de Cine y Televisión; escuela en la que pude conocer otros horizontes.

Al instante, al abrir la primera página, mi cabeza ha explotado en mil recuerdos. Cuba me aportó muchas cosas, me hizo reflexionar sobre la vida y la cultura. Y también sobre el cine, a interpretar este arte desde otro punto de vista diferente al de las corrientes europeas y norteamericanas. Se me abrieron las puertas al Nuevo Cine Latinoamericano. En cierto modo, podría decir que se trata de una forma de hacer cine más preocupado por la vida de las personas, mostrando los problemas cotidianos e interesado en profundizar en la esencia del ser humano.

Sea como fuere, me marcó y años después lo sigue haciendo. La prueba es la cantidad de sensaciones que hoy me provoca el tocar la hoja de un libro que vino volando desde allá cual avioncito de papel.

En el primer capítulo, “primeros deslumbramientos de la pantalla”, puede leerse una declaración de Gabriel García Márquez sobre el cine. Aseguró con amargura que sus relaciones con éste nunca habían sido buenas, y declaraba que había escrito “Cien años de soledad” para sobrepasar con palabras las posibilidades reales del cine.


Marta Díaz, directora del Centro de Información del ICAIC y Pedro Estepa Menéndez.


Quiero pensar que estas declaraciones son fruto de un momento puntual, no de menosprecio, ya que su contacto con el séptimo arte fue constante durante toda su vida. En la propia escuela de cine de San Antonio de los Baños, a pocos kilómetros de La Habana, uno puede darse cuenta de que su espíritu fundacional está ampliamente marcado por Gabriel García Márquez. Sus primeros acercamientos al celuloide se produjeron en 1950 escribiendo sobre cine en la columna “La jirafa” del diario “El Heraldo” con el seudónimo Septimus Gabo.


Más adelante, Gabo conoció el cine de la mano de directores de toda índole. Tuvo la suerte de adentrarse en un mundo mágico que se proyectaba en las pantallas y se reflejaba en la mirada de las personas que acudían a las salas de medio mundo. Y así conoció a los más grandes.




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