Hace un tiempo, en mis años de universidad, escribí un
cuento de los que me gustan. Una historia con presentación, nudo y desenlace
que transcurre en pocas líneas. Se titula: Polvo.
Su entrada
desafiante y firme. Reina, andar ligero. A su paso caen pétalos de margarita,
suaves como ella. Le acompañan hojas. Su savia, llena de saber como la sangre
que recorre su cuerpo. Su cuello, que sustenta a su buen raciocinio, está
adornado con un lindo pañuelo, pañuelo…, que le hace ser una niña rebelde. Ella
viene, se acomoda en su cárcel y empieza a pregonar a los cuatro vientos la
filosofía de la vida. Alguno de sus ángeles, que dependen de ella, comprenden
el amor que transmite. Sus manos delicadas sostienen la historia del saber, de
la lucha, de la decadencia, del amor, de la sugerencia, de la libertad… Sus
ojos que se mueven de faz en faz; sus movimientos cuando predica; le hacen ser
juvenil, pero a la vez muestra su gran experiencia, madurez y sentido de la
vida. Un ángel, que comprende su doctrina, quiere unirse a ella, junto con
otros cuantos locos y hacer desaparecer el mal del mundo. Pero ese sueño se
esfuma cuando la reina desaparece por la puerta de la cárcel por la que entró.
Hoy pienso en los valores y saberes que la universidad me
aportó. Fueron muchos, pero me quedo con el aroma de la cultura que algunas
clases, o más bien determinados profesores, intentaban transmitir a los que
escuchábamos.
En mi época (y no hace tanto tiempo) parece ser que la
universidad se había deformado en cuanto al objetivo que perseguía: formar
personas cultas. No era –no es- lo que se suponía que debía ser. Ya lo advirtió
el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset. “La enseñanza superior consiste,
pues, en profesionalismo e investigación. Así, el nuevo bárbaro es principalmente
el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también. No se es culto
en física o en matemática. Eso es ser sabio en una materia”.
Aula del IES Antonio Machado en Soria donde el poeta impartía clases de francés |
En la actualidad, los planes curriculares desechan
asignaturas como la Filosofía o la Literatura favoreciendo a otras disciplinas
más técnicas. Sí, de ahí surge la deshumanización y la falta de valores que
tanto critican algunos políticos, empresarios y la Iglesia. No se puede
despojar y arrancar la cultura de las aulas para, posteriormente, criticar
neciamente la falta de valores existentes en la sociedad.
Hoy vuelvo a leer el relato que escribí y me doy cuenta
de que en el aula aprendí, pero también soñé y eso me hacía sentir más humano.
En este caso eran clases de Literatura impartidas por una profesora. Ella no se
limitaba a explicar la lección, sino que acercaba al alumno al verdadero mundo
de las letras, de la vida, haciendo reflexionar y madurar a cerca de lo que
rodea al ser humano. En definitiva, cultura es aprender a convivir e
interactuar de la mejor forma posible, a través de los conocimientos
adquiridos, permitiéndonos desarrollar un juicio crítico.
Decía el filósofo Ortega y Gasset: “Hay, pues, que sacudir bien de ciencia
el árbol de las profesiones, a fin de que quede de ella lo estrictamente necesario
y pueda atenderse a las profesiones mismas, cuya enseñanza se halla hoy
completamente silvestre”.
Quizá si sacudiéramos entre todos este árbol de las profesiones caería más
de un político, o empresario…
Pedro Estepa Menéndez
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